domingo, 22 de noviembre de 2009

Pictogramas chitareros del territorio de San Andrés de Litasgá. Fotografías tomadas del blog de Tarsicio Jaimes sobre San Andrés


Figura antropomorfa, al parecer un cuerpo atormentado, según nuestra mirada. ¿Qué pensaría nuestro antepasado aborigen chitarero que elaboró esta imagen perdurable?


Cinco originales diseños zoomorfos y antropomorfos de nuestros antepasados chitareros de los que desconocemos lo que nos quisieron decir.



Esposa del cacique (sibintiva). Un triángulo con sus lados proyectados hacia abajo representan una mujer de un Sibintiva o de un Utativa.


Diademas que representan el poder de un cacique (sibintiva). Profanada por la mano de sus descendientes abusivos.


Figura antropomorfa; memoria perenne de un cacique (sibintiva)


Figuras zoomorfas y geométricas; su mensaje, otro enigma.


Trazos geométricos; un enigma su mensaje.


Pictograma en colores ocres, tumba fúnebre.

jueves, 8 de octubre de 2009

Unas palabras pensadas para ser dichas y que terminaron impronunciadas porque su autor fue invitado a decirlas en el lugar equivocado.

Presentación.

Estoy muy complacido  de estar esta noche aquí, frente a este selecto grupo  de paisanos y paisanas para presentarles mí modesta pero profundamente sentida obra del género literario: titulada Mogotocoro, El último Chitarero. Es un relato de ficción histórica, acerca de la conquista  de los territorios  de la cuenca oriental del rio Chicamocha,  o del sur de Pamplona,  territorio que actualmente es jurisdicción de los municipios de Guaca, San Andrés, Cepitá y Umpala.

El relato está inspirado emotivamente por la obra "Monografía histórica de Guaca" que es una  exhaustiva recopilación   de documentos históricos desde la conquista hasta la guerra de los mil días de esta región oriental de Santander, realizada por  Don Prospero  María Jaimes Camacho, quien motivado por su amor  y curiosidad por la historia de su comarca y a sus genuinos antepasados los aborígenes Chitareros, nos los presenta a través de los documentos históricos que tienen la mirada despreciativa del cronista español quienes  se limitaron a describir su fisonomía, su vestuario, sus costumbres, no se refirieron a los cultos solamente los calificaron como  idolatras, a presentar un mediocre y subjetivo perfil psicológico que los denominó como taimados, maliciosos, arbolarios,   desconfiados y perezosos.

Los documentos históricos son mezquinos en la descripción de la sorpresa y la abrumadora  conmoción del encuentro  con la presencia  del  conquistador;    - fue más  una  alucinación- al ver esos seres  nunca imaginados por ellos, turbación que los llevó en un primer momento a creerlos dioses.  

Continuando con una rigurosa cronología la monografía citada,  nos presenta los documentos que testifican la penosa tragedia de su sometimiento y el  tener que llevar de manera ambivalente entre  resignación  y rebeldía   por siempre el trágico destino   que les trazó el invasor con su insaciable  codicia, abusando de la superioridad cultural,  tecnológica  y militar.

Literariamente mi relato  está   influenciada por la novela épica sobre la colonización  norteamericana del escritor  James Fenimore  Cooper, titulada  "El ultimo Moicano";  de donde me surgió la idea de escribir  una historia  de ficción y de  la necesidad de recrear  la historia de la conquista de otra manera, que fuera más amena que la lectura de los documentos históricos y pensando en que sus destinatarios fueran todos los amantes de la lectura y la curiosidad por su propio pasado.

El otro aspecto que influyó en el desarrollo   de la obra fue la estructura de pensamiento que  tenemos los profesores, caracterizada  por tratar de hacer del conocimiento un divertimento, algo sencillo y agradable para los estudiantes.  

El relato de Mogotocoro está narrado con lenguaje sencillo, pero salpicado de términos de la lengua chibcha, de los cuales sobreviven  en el lenguaje  actual de los pobladores de la región  los topónimos con las que  se nombran lugares, como Litas aga, que castellanizado significa "valle  abajo de la piedra", según el uso  popular "piedra abajo", o cupa aga, que significa "valle arriba o encima de la piedra"; antropónimos,  los que actualmente figuran como apellidos, entre los que tenemos Chipagra, Chanagá, Matagira, entre otros muchos; nombres de plantas, de animales, objetos  de uso cotidiano, comidas como "arepa" que para ellos significaba  comida de maíz, o "ajiaco" que significa comida en general, sustantivos como Chichagüi  que significaba para ellos enfermedad, Chacúa que significaba  muerte, entre muchos otras, pero que castellanizados cambiaron de sentido. 

Es pertinente recordar que según las crónicas históricas cuando este territorio pertenecía administrativamente a guaca se llamó "valle de litasga"; por lo tanto y para hacer honor a los dos aspectos más fuertes de nuestra  identidad,  la cultura judío cristiana y la aborigen, este municipio se debería llamar "San Andrés de Litasga",  así como en el departamento del Cauca para honrar los dos ejes culturales de la región, un municipio se llama, "San Andrés de Pisimbalá". Son muy bellas y sonoras estas palabras, la nuestra, Litasgá y la de los caucanos   Pisimbalá.

¿Por qué el nombre de Mogotocoro y no otro cacique de la región? Fue una decisión arbitraria que tomé influida más  por los afectos hacia la vereda donde  nacieron mis abuelos paternos y donde tenían sus propiedades; igualmente  había podido ser  cualquier otro  nombre del abundante numero de de jefes,  aicas, o sibintibas, que en el momento de la conquista habitaban la región; fundamentalmente  con el nombre de "Mogotocoro" mi pretensión es la de exaltar la memoria y el legado no solo  racial sino cultural de todos los aborígenes y sobre todo la dignidad, que es el aspecto más olvidado y menospreciado por los cronistas de indias y por la "historia  oficial".

El argumento y narración pretende  hacer ver al lector que estos pueblos precolombinos, silvestres y terrígenos, tenían una cultura representada no solo  en el lenguaje, aun sin escritura pero en vías de tenerla, puesto que los pictogramas y grabados son los inicios  para llegar a ella. -de los cuales  tenemos  buen número de testimonios en nuestra localidad-. Su cultura también  estaba representada en su cosmovisión de carácter mitológico como la de todos los pueblos  primitivos del planeta; en una organización tribal de castas familiares; organización política con un gobernante de carácter vitalicio  y hereditario, en algunos grupos, y en otros   elegido entre los hombres más valientes, inteligentes y con el liderazgo requerido para que  hiciera sentirse seguros a los miembros del grupo; Su cultura también estaba representada en normas y principios  que regían la vida en grupo, lo que indicaba una insipiente organización social; sacerdotes y chamanes, hechiceros y curanderos para aliviar los males del cuerpo y del espíritu; una organización  tribal de defensa con una ética del combate y culto a la valentía; un credo mitológico de culto a la naturaleza y a un poder sobrenatural,  con sus ritos, cantos y representaciones simbólicas;  culto a los muertos y la creencia en una   vida después de la muerte física.  También tenían expresiones de cultura gastronómica con productos cuya materia prima era  maíz, la arracacha, la yuca, el corozo, el frijol  entre otros. Un sistema numérico de base decimal para contar, lo que indicaba rudimentos matemáticos, conocimientos de geometría  expresados en la arquitectura, astronómicos  representados en el calendario lunar.

Todos los aspectos culturales enumerados  fueron subestimados y menospreciados  por la arrogancia y prepotencia del invasor, los cuales quiero  recuperar como memoria histórica en estos tiempos en que los sucesos del pasado  sistematizados científicamente -o sea lo que llamamos historia- son menospreciados y se han minimizado en la educación escolarizada, llevándonos a ser pueblos sin identidad cultural y con autoestima personal y  colectiva muy débil. Uno de los aspectos más relevantes  de la cultura de estos pueblos aborígenes es el    vivir en armonía con la naturaleza, porque para ellos era un principio natural ontogenetico que en la modernidad sus descendientes perdimos al considerarnos  exclusivamente, "seres culturales". Haber abandonado este principio legado de nuestros aborígenes,  nos ha llevado a que se nos esté haciendo difícil la existencia en el único lugar que tenemos en el cosmos para vivir.

Es conveniente hacer la claridad que la intención con esta obra no es idealizar a los aborígenes, pero hubiera sido mejor que en lugar de una conquista, se hubiera dado un encuentro de dos culturas.

El recorrido bibliográfico que inspiró la obra además de la referida de Don Prospero Jaimes Camacho está:    San Andrés, "Una Ciudad con Historia". Y San Andrés en la historia, del historiador  paisano Dr Antonio Cacua Prada; El clérigo y sociólogo Hugo Aceros Cáceres, quien recopilo leyendas indígenas como la de Lisgarero.  Don Juan de Dios Arias  en la obra  Historia Santandereana. El pbro Ismael Mejía Calderón en la obra  Monografía  de Guaca  y el Diccionario y Gramática Chibcha de la biblioteca Ezequiel Uricoechea.

Para terminar quiero dejar claro que no soy un  historiador, soy un diletante de la historia y la antropología prehispánica, que se atrevió a hacer un ejercicio literario de escribir una historia y además se embarcó en la ventura de ser auto editor.

Muchas gracias a todos los lectores porque son quienes le dan sentido a la palabra   escrita. Y  muchas gracias a las personas que me han permitido ésta oportunidad de dirigirme a ustedes. Buenas noches.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

viernes, 14 de agosto de 2009

COMENTARIO A MOGOTOCORO EL ÚLTIMO CHITARERO

Por David Ricardo Bermúdez Jaimes


Muchas son las perspectivas desde las cuales puede apreciarse esta hermosa obra. En este instante - quizá influenciado por un cúmulo de experiencias e ideas personales- quisiera referirme a tres: en primer lugar al libro y su valor histórico, en segundo lugar, al libro y su valor literario. Reservo el último lugar a un punto muy particular que es mi relación personal con el libro.

I

Muy próximo a otras tantas opiniones que he podido conocer, me parece que es invaluable el trabajo del autor por el cual ha sido posible ofrecerle al lector una bella cátedra de chibcha chitarero. Desde luego, los españoles hicieron tan bien su trabajo que ya para nosotros hoy en día es imposible leer sin trancas las palabras que en muchos lugares aparecen en el texto, cuando contamos con suerte y las podemos leer “de chorro”, obvio no las entendemos y menos mal en muchos casos (lástima que no en todos) está un pie de página para auxiliarnos. El siguiente problema con el que chocamos es el de recordar las palabras y su significado, quizá esto es lo más difícil, sólo cuando hemos empezado a leer y las letras del texto ya nos han atrapado, uno siente que poco a poco va adquiriendo un léxico que pagina a pagina se va arraigando con mayor fuerza. Este es para mí un verdadero merito del autor, adentrar con gran habilidad y belleza un poco de aquel lenguaje ancestral con el que hoy en día nombramos lugares, objetos, sentimientos y otras tantas cosas casi por inercia sin una mínima noción acerca de su verdadero significado, que a mi pesar, ha sido profanado al punto de hacernos parecer que aquellas palabras son vulgares, peyorativas o simplemente incomprensibles.

Pasando a otro punto, creo que no es de descuidar la recolección, selección y articulación de los hechos con los que el autor logra hacer justicia a la historia pasada, a los hombres que ayer ocuparon nuestras ciudades y pueblos, a quienes ya no recordamos y que harta falta si nos hace recordarlos (como diría Harold) ¿O debería decir conocerlos? Los lugares cuyos nombres hace poco no decían nada para mí, las palabras que apenas sabía que existían y otras tantas que no conocía, todo esto, entretejido con un halo majestuoso de fantasía y narrativa son para mí suficientes razones para sostener que el primer gran logro del autor es salvarnos de la ininteligibilidad que puede causarnos la lengua, la cultura, la historia e importancia de nuestros antepasados aborígenes.

II

Haciendo una mirada del libro desde su valor literario, he de reconocer que aquellas visitas espontaneas a Santander, aquellos estallidos de los picaportes de una máquina de escribir que por días acompasaron el hogar y las muchas tardes que pille a mi padre sentado allí con sus gafas cuasi encorvado y muy concentrado, valieron la pena. Si bien, “a la hora del chocolate” siempre se lograron “colar” algunas erratas de digitación, otras de ortografía y hasta de impresión, ninguno de estos errorcillos es un impedimento para disfrutar del libro. Para ser sincero, mi mente todo el tiempo estuvo ocupada recreando bellos paisajes, rostros inmaculados, personalidades admirables (como la de Mogotocoro o Sivirita su tyguyes apreciada, o la fuerza y destreza del joven Tutasaura) y otros tanto de cosas hermosas que muy de vez en cuando me dejaron concentrarme en detalles minúsculos como tales errorcillos.

Si bien los nombres, lugares, algunos personajes y acontecimientos han sido ofrecidos por la poca historia consignada, el alma de la obra es toda una creación fascinante del autor, que en vez de traernos a los del presente el mundo de nuestros antepasados en porciones descontextualizadas y sinsentido, nos lleva a nosotros, los del presente, a aquel mundo maravilloso. Este viaje, no puede ser causado más que por una bella creación literaria.

¿De qué sirve el arte si no es para sentir el mundo? Digo “sentir” porque en aquella palabrita cabe toda forma de percepción, desde las sensoriales (orgánicas) hasta las más elaboradas y complejas (conceptuales) y sin duda, no hay cosa que estimule más el sentir que el arte en general. Doy testimonio de que al leer Mogotocoro pasé por toda clase de sensaciones: de respeto y admiración por aquellos antepasados verdaderamente libres (de enfermedades, vicios, afanes, pobreza, etc.); de nostalgia por algo que nunca tuve y nunca tendré como es haber vivido entre ellos; de rabia al vivir la invasión de los chimigüez y tristeza por aquellos que tuvieron que soportarla; con mogotocoro volví a sentir el olor único de las tierras sanandreseñas, saboreé el amargo y áspero dulzor de la arepa de maíz. Sentí el frío de los páramos, escuche el fluir del río y por último, confieso (no exagero) que llore desconsoladamente durante las últimas ocho páginas.

III

Me reservo este último punto para tratar mi relación personal con el libro. Tras un título tan abstracto sólo quiero referirme a lo que yo pude saber, sentir y pensar sobre Mogotocoro el último chitarero. Creo que a lo largo del por cierto “largo” comentario que hasta aquí se ha hecho, he dicho mucho de lo que debería estar consignado aquí: Los viajes a Santander; el sonar de la máquina de escribir; las tardes en que vi a mi padre petrificado frente a sus hojas. Pero ya que me permito este espacio puedo hablar también de la primera vez que pude leer un prospecto del libro que acabó con la tinta de la impresora de la casa y que cuando llegó a mis manos estaba lleno de rayones a lápiz. También recuerdo la grave noticia de que un prospecto (no sé si el mismo que yo leí) había sido extraviado por una tía en un banco, recuerdo el terrible temor de saber que cualquier persona podría patentarlo y publicarlo. Recuerdo como si fuera ayer, el afán con que hace poco le preguntaba a mi padre cuando iba a publicar, y el día en que por fin, vi llegar tres cajas cargadas de libros, no sé si alguien pueda entenderme, pero allí, en ese pequeño libro de ochenta y tantas páginas estaba el esfuerzo y la dedicación de mi padre, estaba el diseño de la portada de mi hermano, estaban las opiniones y correcciones de mi madre y de mi cuñado. Creo que lo que yo siento por este libro no lo he sentido por otro, pensándolo bien, es un miembro más de la familia que con orgullo muestro a mis contemporáneos y mostrare a mis sucesores en honor a nuestro pasado, a nuestros orígenes y a nuestra familia.

Finalmente quisiera terminar dándole el gusto a quienes pueden estar curiosos de saber que pasó con el llanto desaforado que casi no me deja leer las últimas hojas del libro. Recuerdo que la primera vez que leí el libro lloré, pero no tanto como la última, ¿Por qué? No lo sé, creí que todas las lagrimas las había agotado en mi niñez, todavía sigo buscando la explicación de porque Mogotocoro me hizo niño de nuevo. Solamente cuando pude dejar de serlo, cuando recobre mi edad, pude pensar como adulto y darme cuenta de que no había porque llorar, Mogotocoro finalmente no es motivo de llanto, sino de felicidad, es él el único campo de batalla donde los chimigüez no triunfaron, él es el triunfador en un mundo de perdedores, es él quien finalmente se mantiene libre, digno y fuerte cuando su mundo entero se había derrumbado. Cuando comprendí esto deje de llorar, empecé a reír y luego a escribir.

viernes, 7 de agosto de 2009

Relato de ficción histórica acerca de la conquista del sur de Pamplona, correspondiente al territorio de Servitá, habitado por los pueblos aborígenes Laches y el territorio de Bichá habitado por los Chitareros. El territorio de Bichá corresponde a lo que actualmente es jurisdicción de los municipios de Guaca, San Andrés y Cepitá.

Esta historia esta narrada en tercera persona, tiene el proposito de honrar la memoria de una cultura nativa que se frustró en su desarrollo natural, se ciñe cronológicamente a los hechos, personajes y lugares donde sucedieron según documentos históricos. Tiene como novedad la articulación de la trama a través de la imaginación.


Esta obra es una ventana para mirar hacia el pasado precolombino de la comarca de San Andrés.

Si está interesado(a) en obtenerla, contactenos a través del correo electrónico chitarero51@yahoo.es, al teléfono 314 2484 432 ó simplemente escribiendo su cometario en este Blog